Fotografía: Laura Bennett
Mientras esta mañana reflexionaba sobre qué les iba a hablar esta mañana, pensé en mi rol durante el arbitraje simulado de hoy día como presidente del panel, donde tenemos varias cosas en mente.
Y eso me recuerda que en años pasados he sido vocera de la necesidad de una mayor eficiencia en cuanto a tiempos y costos en el arbitraje internacional.
Y a la vez esto me recuerda una charla que di al club de arbitraje internacional algunos años atrás, que se focaliza en el rol adecuado de los tribunales arbitrales y sus presidentes.a dejar que los caballos pastoreen en la noche. En la mañana los vaqueros tienen que salir a encontrar todos esos caballos y traerlos de vuelta al establo. Y esto es lo que se llama laceo o arreo.
Es un lugar precioso y al alba hay 30 o 40 caballos que tienen a cinco o seis vaqueros detrás tratando de arrearlos en rebaños. Y ahora voy a decir algo que es lo contrario de lo que dije respecto de que no siempre estoy pensando en arbitraje: mientras veo eso hay algo que me informa cómo manejar un arbitraje; todos estos caballos que son traídos de vuelta juntos…
Entonces empecé a preguntar a distintas personas cómo se hacía este arreo y cuando preparé mi discurso para el grupo de Londres, encontré que había una definición del diccionario americano sobre lo que significa “wrangle”: “to wrangle” significa arrear caballos o ganado, o discutir ruidosa y enojadamente. Y un vaquero es alguien que lacea o que arrea a los caballos.
Con esta definición en mente cuáles son nuestras propuestas para que los árbitros sean estos arrieros.
Primero, no propongo que los árbitros participen en disputas complicadas, ruidosas y largas con los asesores jurídicos y con los abogados. Sí propongo, especialmente para los presidentes del tribunal, sean arrieros especialistas en evitar los costos innecesariamente elevados del arbitraje.
En Wyoming ¿qué es el verdadero arreo? Nuestros vaqueros y vaqueras pueden lacear caballos y vacas, similar a lo que ustedes tienen en el rodeo aquí. Los vaqueros tienen que llevar las vacas de vuelta al rancho; es emocionante, ruidoso, pero no es tan desafiante, porque las vacas no son animales muy inteligentes. Pero también tienen que arrear caballos, que vienen de haber pasado la noche en los pastizales y después de vuelta al rancho. Y aquí sí es desafiante, porque los caballos sí son bien inteligentes. Entonces he calculado que de 40 o 50 caballos, tal vez dos tercios de ellos se encuentran en grupos en lugares muy predecibles, van al mismo río, al mismo árbol, es fácil juntarlos y luego traerlos de vuelta.
Y también están los aventureros, aquellos que son un par de caballos que se van en nuevas direcciones y se empiezan a esconder del vaquero en la mañana y realmente requiere de nucho convencimiento para traerlos de vuelta. Y luego unos poquititos caballos que definitivamente siempre se están escondiendo; parecieran encontrar un lugar nuevo cada mañana y ahí el truco es colocarles una campana al cuello, y así se puede saber dónde se están escondiendo.
El punto del arreo es que no puede usted volver al rancho sin haber encontrado esos poquitos solitarios que se están escondiendo. Entonces, en resumen, los buenos arrieros conocen el paisaje, conocen los caballos, piensan como los caballos y logran que se sientan a cargo del proceso, o sea, los hacen sentir que ellos tienen el control, y los guían en forma confiada y silenciosamente.
Los buenos arrieros no toman atajos porque se pueden ir para un lugar equivocado, y quieren lacear en forma eficiente, rápida, para llegar a tomar desayuno. Entonces, les dejo a su imaginación: coloquen a sus colegas abogados en estas categorías de caballos y que los colegas árbitros estén en categorías de buenos o malos laceadores.
Y mi foco ha sido hoy la eficiencia del arbitraje, porque no podemos ignorar esa crítica; que se diga que somos demasiado litigiosos, demasiado extendidos, Y debo decir que como comunidad tenemos la responsabilidad de adentrarnos en la crítica legítima; no en la excesiva.
Y por eso estamos acá: para buscar soluciones consultivas, para que comencemos a conversar sobre estos temas. Esto lo hemos visto en las nuevas reglas de la ICC, que requiere revelación de las destrezas reales y averiguar cuándo los árbitros están realmente disponibles.
Esta mañana vamos a hablar sobre tribunales, especialmente presidentes de tribunales, porque ellos son escogidos por nosotros para ser nuestros líderes, nuestros arrieros. Y quiero ser muy clara en algunas ideas básicas: primero, ¿soy de esa escuela que tiene nostalgia de esa era dorada de sabiduría arbitral barata y rápida? No, no soy de esos. Segundo, los arbitrajes mayores, importantes, requieren de importantes tiempos y fondos. Las partes en el arbitraje no están ahí para evitar tiempos y costos, sino evitar los tribunales locales. Tercero: estoy de acuerdo con que los árbitros son responsables de que los laudos sean exactos, correctos, equitativos, sin sacrificar el debido proceso a los dioses de la eficiencia.
Tengo experiencias muy positivas con los tribunales. Mi queja no es sobre los tribunales, que aunque estén tratando de equilibrar todo con el debido proceso, terminan inclinándose a demasiada revelación, demasiada evidencia, demasiada discusión. No, mi queja es por los tribunales que con la excusa del debido proceso permiten que las partes se descontrolen. Es ahí donde tiene que entrar el arreo y la buena dirección. Y a eso he querido referirme esta mañana: qué es lo que hace un buen presidente de tribunal, que tiene que tener todas esas virtudes de las cuales hablé.
¿Cuáles son entonces las características de los buenos árbitros (dejando de lado las diferencias de estilo y personalidad, que obviamente son importantes)?
Primero, asumen el control rápida y firmemente, en forma relativamente silenciosa y confiada. Esto es más fácil con los abogados que siguen los manuales de buenas prácticas. A veces necesitan que sus clientes escuchen más a los árbitros a fin de seguir las reglas. Es más difícil con los aventureros, un poco testarudos, aquellos abogados que se quedan entrampados en los arbustos o en los árboles y necesitan que los saquen. Y particularmente difícil es conseguirlo con aquellos abogados muy individualistas.
Ese es un desafío. Los buenos presidentes tratan de ver si están tratando con caballos fina sangre o con burros; lo importante es no dejar a nadie detrás.
Los buenos presidente muestran una buena habilidad –que de paso es inconsistente con los grandes egos– y permiten que las partes y sus abogados crean que son ellos los que están liderando, los que están tomado las decisiones. ¿Cómo se hace? Esos árbitros hacen preguntas abiertas, tienen las suficiente confianza como para pensar en voz alta sobre procedimientos y calendarios al tener conferencias antes de que se aumente la atención.
Y eso es inseparable de la eficiencia del arbitraje, porque impide que uno pierda tiempo y aumente innecesariamente los costos.
Un presidente, como sabemos, no puede liderar un caso con confianza, si él o ella no ha llegado a entender cabalmente todo lo que tiene que ver con el caso.
Y para terminar aquí, sin pretender ser exhaustiva, hay algunas herramientas de arreo: en la etapa preliminar de un caso, pienso que el tribunal debería tener ojalá una sesión preliminar, dándole a cada una de las partes tiempo para pensar y presentar su caso, escuchar lo que ellos tienen que decir. Los tribunales deberían utilizar procedimientos especificos; no generalizados. Y los tribunales deberían iniciar una discusión bien abierta sobre las expectativas que tienen las partes sobre el tiempo y cuál puede ser el presupuesto.