“…Si no existe una adecuada preparación de las futuras generaciones y un control ético de los que ya están ejerciendo, lo que hoy puede verse como una utilización figurada del lenguaje, puede terminar convirtiéndose en la metáfora en una realidad…”
Alejandro Romero
Decano de la Facultad de Derecho de la U. Andes, profesor de Derecho Procesal y director del Ichdp
En el lenguaje coloquial en ocasiones se representa a los abogados de un modo que invita a reflexionar, sobre la forma como algunos usuarios conciben la prestación de servicios profesionales. No son pocas las personas que se jactan de tener para su defensa en un tema judicial o corporativo a un abogado que consideran como un auténtico “perro de caza”, “un sabueso”, “un perro de pelea”. Esta descripción canina nos debería preocupar, por varias razones. En primer lugar, los perros de caza asisten a los humanos para obtener presas que luego sirven de alimento o para obtener ese goce sangriento que conlleva esta actividad recreativa. Ahora, como esa destreza perruna sólo se logró una vez que el referido animal fue domesticado, surge la pregunta, si el que contrata a un abogado con ese rotulo será porque siente que este abogado ejecuta sus instrucciones ¿hasta que llegar con la pieza buscada?
En segundo lugar, los expertos señalan que el perro de caza debe tener instinto, fuerza, olfato y ladrido. Asimismo, según una conocida clasificación existirían diez grupos de perros de caza, con distintas modalidades. Sería interesante escrutar qué es lo que realmente cree que ha contratado la persona que ve a su abogado como “perro de caza”.
Más interesante sería saber cómo se ve el abogado que se siente identificado con esta imagen de fiereza de ejercer la profesión, que dicho sea de paso, le permite en muchos casos cobrar una tarifa mayor, que no puede ser cobrada por un simple quiltro, caro para pelea callejera.
Más triste para nuestra actividad es si la persona se jacta de contar con un auténtico perro de pelea. En este caso el panorama es francamente aterrador, puesto que se trata de especímenes agresivos, en algunos dotados de destrezas que los llevan a no parar en su actividad hasta destruir cabalmente a su presa. Incluso dentro de esta tipología algunos especímenes han sido creados artificialmente, para acentuar ciertos rasgos de ferocidad.
Toda esta descripción perruna claramente no está acorde con la dignidad de una profesión tan noble, pero que si no existe una adecuada preparación de las futuras generaciones y un control ético de los que ya están ejerciendo, lo que hoy puede verse como una utilización figurada del lenguaje termine convirtiendo la metáfora en una realidad.